13.7. El auto-odio judío

Muchos judíos habían ido dejando sus tradiciones religiosas muchas décadas antes de que se formularan los principios racistas. Nacidos en familias religiosas y educados en las ieshivot talmúdicas, abandonaron el judaísmo apenas se pusieron en contacto con la cultura alemana. Un ejemplo de esto lo vemos en el poeta Heinrich Heine, de ascendencia judía, quien decía que “el judaísmo no es una religión sino una desgracia”. El escritor Moritz Saphir fue aún más lejos: “el judaísmo es una deformidad de nacimiento corregible por cirugía bautismal”.
El autoodio judío ha sido un aspecto muy estudiado por Theodor Lessing quien escribió en 1930 un libro con ese título. En él examinaba las biografías de seis judíos que odiaron su ascendencia. Algunos de ellos terminaron suicidándose como el conocido psiquiatra y filósofo austríaco Otto Weininguer.
Deseosos de poder colaborar en la construcción de la nación alemana crearon una organización de judíos Nacional-Alemana. Una sociedad antisemita que buscaba apoyar “el renacimiento nacional alemán”.
Una de las personalidades que estudió Lessing fue al periodista vienés Arthur Trebitsch, quien hizo apostasía de su religión judía, escribió un libro judeófobo, y ofreció sus servicios a los nazis de Austria. El mismo escribía su impotencia al sentirse judío y no poder desprenderse de esa “tara” que como una especie de enfermedad cubría su ser. Por todo ello pedía perdón por existir:

"Me fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de mí... está allí todo el tiempo, doloroso, feo, mortal: el conocimiento de mi ascendencia. Tanto como un leproso lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y sin embargo sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío. ¿Qué son todos los sufrimientos e inhibiciones que vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo dentro? La judeidad radica en la misma existencia. Es imposible sacudírsela de encima. Del mismo modo en que un perro o un cerdo no pueden evitar ser lo que son, no puedo yo arrancarme de los lazos eternos de la existencia que me mantienen en el eslabón intermedio entre el hombre y el animal: los judíos. Siento como si yo tengo que cargar sobre mis hombros toda la culpa acumulada de esa maldita casta de hombres cuya sangre venenosa me contamina. Siento como si yo, yo solo, tengo que hacer penitencia por cada crimen que esta gente está cometiendo contra la germanidad. Y a los alemanes me gustaría gritarles: Permaneced firmes! No tengáis piedad! Ni siquiera conmigo! Alemanes, vuestros muros deben permanecer herméticos contra la penetración. Para que nunca se infiltre la traición por ningún orificio... Cerrad vuestros corazones y oídos a quienes aun claman desde afuera por ser admitidos. Todo está en juego! Permanezca fuerte y leal, Alemania, la última pequeña fortaleza del arianismo! Abajo con estos pobres pestilentes! Quemad este nido de avispas! Incluso si junto con los injustos, cien justos son destruidos. ¿Qué importan ellos? ¿Qué importamos nosotros? ¿Qué importo yo? No! No tengan piedad! Se los ruego."

La judeofobía había penetrado profundamente en la sociedad alemana permitendo de esa manera, que cuando el partido nazi llegara al poder, justificar el Holocausto.
Los jóvenes alemanes eran adoctrinados en la judeofobía, como mecanismo para rechazar un pacifismo sentimental. Los maestros reprimían en las aulas las debilidades de los niños. El judío ya no era el chivo expiatorio, ni tan siquiera un miembro de una raza inferior. Era el culpable de todo mal: la derrota en la Gran Guerra, las crisis económicas, el crimen en las ciudades… Para remediarlo solo existía la “Solución final”.
Pronto la violencia estalló en las calles. Boicots económicos y asesinatos de judíos se convirtieron en una experiencia cotidiana. Se impedía que los judíos ejerciesen como abogados, médicos, maestros, periodistas, académicos y artistas. Además debían de llevar cosida en la ropa una estrella amarilla.
Para 1933 la presión a la que se enfrentaban los judíos era insoportable. Para muchos la única salida era la emigración o el suicidio. Las Leyes de Nuremberg de 1935 retiraron la ciudadanía a todos los judíos. Se limitó la salida de capitales, por lo que el gobierno se enriquecía por cada emigración.
En 1838 tiene lugar la Noche de los Cristales. Más de cien judíos fueron asesinados, treinta y cinco mil arrestados y llevados a los campos de concentración, siete mil quinientos negocios saqueados y seiscientas sinagogas incendiadas. Los altoparlantes anunciaban por las calles:


"se requiere de todo judío que decida colgarse, que tenga la amabilidad de colocar en su boca un papel con su nombre, para que sea identificado".
El Holocausto supuso que una nación entera se transformara en el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. A los judíos se les etiquetaba como parásitos, o virus infecciosos que amenazaban al mundo. Como consecuencia seis millones de judíos (un tercio del total en Europa) fueron asesinados en las revueltas y en los campos de concentración. Los instintos sádicos descontrolados fueron protegidos por la ley, por el Estado y por el silencio del mundo. Ni la Conferencia de Evian (1938), ni la de Bermuda (1943) consiguieron un refugio para los judíos perseguidos. Incluso Israel permaneció sellada a los judíos por los británicos, quienes devolvían a Europa los barcos cargados de refugiados judíos, o los hundían como el triste caso de los dos barcos alemanes cargados con más de 9.000 refugiados del campo de Nevengamme, que fueron hundidos en 1945 por la aviación británica frente a Lübeck.
Los judíos vieron con estupor que ni los ideales liberales de Europa, ni las democracias occidentales se levantaron para protegerlos. Todos los pedidos de los judíos fueron desoídos, incluido la solicitud de que se bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, o las vías de acceso por ferrocarril a los campos de concentración. Los aliados temían que al bombardear los campos de la muerte sus propios ciudadanos creyeran que habían sido arrastrados a una “guerra judía”.
Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi:

"Casi toda ideología y nacionalidad europea había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la "solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no podría haberlo hecho".

  ©Template by Dicas Blogger.