12.4. La propaganda racista

Los imperios coloniales no se hubieran sustentado sin una eficaz propaganda de corte racista en la que se mostraba a los pueblos colonizados como crueles e ignorantes. Estos debían de ser salvados de la antropofagia y la esclavitud, por la raza nórdica, claramente superior. Esta propaganda permitirá justificar la brutal represión de las revueltas indígenas, como las de Bugeaud en Argelia en 1845-1846, las guerras maoríes en Nueva Zelanda en las décadas de 1840, 1850 y 1860, las de los cipayos en la India en 1857, hasta la matanza de los herero en Namibia por parte de los alemanes en 1904-1907 y la eliminación casi total de los aborígenes Australianos a manos de los ingleses.
La influencia de esta propaganda irá creando una serie de prejuicios que influirá en muchas generaciones posteriores. En 1931, Albert Bayet acuñó el término de “colonización democrática”, que venía a significar una obligación de incluir en el orden del progreso a las sociedades indígenas consideradas estas en una etapa infantil.
Una de las actividades más importantes de la propaganda racista fue la Exposición Colonial Internacional de 1931, cuya finalidad era exaltar la “misión civilizadora” de las Metrópolis. En realidad esta exposición no era nada más que un zoo humano en el que los “indígenas” eran exhibidos como animales. Los visitantes iban visitando los diferentes recintos de la exposición examinando a las “gentes salvajes que no eran como nosotros”.
Ya en 1877 el francés Geffroy de Saint-Hilaire, creó el Jardín d´Acclimatation en el que se presentaba a un grupo de nubios y esquimales como “espectáculos etnológicos”. La prensa los calificó como “Bandas de animales exóticos, acompañados por individuos no menos singulares”. Posteriormente fueron exhibidas “guerreras salvajes del Amazonas”, y hasta 1912 casi una treintena de exhibiciones etnológicas fueron desfilando por las jaulas del huerto de aclimatación.
Guerreros en el Jardín de aclimatación.
Una de las atracciones más frecuentes era una “aldea negra” formada por más de 400 africanos en la que se representaba de manera esperpéntica un poblado africano.

“Desde entonces no hubo una ciudad, una exposición ni un francés que no descubriese, con ocasión de una tarde soleada, una reconstitución “idéntica” de estos lugares salvajes, poblados de hombres y de animales exóticos, entre un concurso agrícola, la misa dominical y el paseo por el lago”. Nicolas Bancel, Pascal Blanchard y Sandrine Lemaire, Ces zoos humains de la République coloniale.

En el Reino Unido y en los Estados Unidos este tipo de representaciones eran frecuentes. Entre 1810 y 1930 fueron exhibidos zulúes, bosquimanos y «hotentotes».

LOS ASHANTI EN EL HUERTO DE ACLIMATACIÓN
Pues bien! No, yo no mantengo que son horribles. Hay en ellos una belleza humana, estén seguros de ello. Un rostro bello es el que, por su forma, no despierta en absoluto la idea de las funciones nutritivas y de los instintos egoístas, sino que sólo expresa sentimientos de sociabilidad o preocupaciones intelectuales. Una bonita boca, por ejemplo, es aquella de la que olvidamos que está hecha para comer, y creemos formada tan sólo para sonreí, para cantar o para ser besada. Ahora bien, la boca de los ashanti está claramente hecha para comer, y para comer groseramente, con gran actividad de los caninos clavándose en la carne sangrante. Esa boca es dos o tres veces más grande que la nuestra, y está sostenida por unas muy anchas mandíbulas; supera en mucho la línea de la nariz; está toda echada hacia delante; es amenazadora. Su nariz parece estar hecha tan sólo para olfatear la presa y sus ojos para acecharla. La inclinación de la frente sin pensamiento hace de sus rostros un hocico. Si un animal tuviese esta jeta, podría ser muy bien un animal muy bello y que incluso no tendría un aspecto más malvado que un león o un leopardo. Sin embargo, esta cabeza carnicera, al estar apoyada en cuerpos parecidos a los nuestros, da miedo y hace daño, quizá porque, colocada así, nos recuerda brutalmente nuestros orígenes bestiales. Resumiendo, estos buenos ashanti son desagradables de ver, no porque tengan cabeza de animal, sino porque, al tener estas cabezas, aún así tienen aspecto de ser seres humanos.
Al menos, estos ashanti (hablo sólo de los varones) tienen cuerpos muy bellos, aunque no tan bellos como los de los gimnastas de nuestros circos, sostenidos por unas piernas un poco delgadas. Las mujeres tienen unas cabezas más presentables que los hombres, y una dulzura de bestias sumisas en sus ojos y en la boca. Pero son pequeñas, macizas, el torso demasiado corto, las piernas como pilares, los pechos largos y colgantes como odres y, en su punta, rugosidades de piel de elefante que forman el pezón. Ambos sexos están ceñidos con cotonadas a rayas o con pieles teñidas de colores vivos.
... Alguien, cerca de mí, preguntaba ingenuamente y casi encolerizado:
“Pero, vamos a ver, ¿para qué sirven los ashanti? ¿Por qué hay ashanti? ¿Qué es lo que estas gentes han venido a hacer a este mundo?”
Han venido a comer, a beber, a bailar, a gozar, a sufrir, a dormir, a morir – exactamente igual que los civilizados –. Y ya es bastante. Pero ¿piensa usted que esto no los excusa suficientemente de vivir? ¿Cree usted que nosotros, los arios, tenemos, sólo nosotros o casi sólo nosotros, por nuestros sueños, nuestro arte, nuestras virtudes, por el conocimiento cada vez mayor que tomamos del universo, razones válidas de existir? ¡Pues bien! Digamos que los ashanti y los demás salvajes existen para servirnos un día...” Jean Lemaitre, Impressions de theatre 1887.


EXHIBIDOS EN MUSEOS

Cuando los colonizadores holandeses llegaron al África del Sur contactaron con los indígenas del grupo joi-joi a quienes denominaron Hotentotes. El carácter afable de estos los llevó a recibir amigablemente a los boers (campesinos) instalados, en el siglo XVII, en la Colonia del Cabo, por la Compañía de Indias Orientales holandesa. Las tierras fueron rápidamente apropiadas por los blancos, y los joi-joi sometidos a la esclavitud y servidumbre, o bien simplemente exterminados.
La “Venus Hotentote” fue una pobre mujer joi-joi de nombre Saartje - "Sarita" en holandés – Baartman, de nalgas prominentes que fue llevada a Europa para ser exhibida como atracción en ferias y espectáculos. En 1810 fue llevada a Londres por William Dunlop, un médico de la armada británica. Con apenas 25 años Baartman recorrió Inglaterra exhibida mediodesnuda, como curiosidad científica y monstruosa. Los espectadores pagaban para verla, y por un extra podían tocar sus nalgas prominentes. Al final, una asociación benéfica solicitó la prohibición del espectáculo y la pobre mujer africana fue llevada a los tribunales acusada de escándalo público. Después fue trasladada a Francia, donde un domador de fieras la exhibió durante quince meses. Fue en París donde un grupo de científicos naturalistas, entre los que destacaba Cuvier, la estudiaron. El mismo Cuvier la describió como una mujer inteligente, de excelente memoria y que hablaba fluidamente el holandés.
En 1815 esta mujer falleció debido a lo que se llamó una “enfermedad inflamatoria”. Los científicos parisinos se reunieron para realizar la autopsia. Cuvier realizó un vaciado de su cuerpo y luego publicó los resultados de la autopsia. El cuerpo de Baartman fue descuartizado y sus partes repartidas entre diversas escuelas y museos. El esqueleto, el cerebro y los genitales fueron exhibidos en el Museo del Hombre de París. Fueron justamente los genitales los que mayor expectación causaron por presentar una elongación de los labios menores de la vagina, lo que en esta época se denominaba sinus pudoris o “cortina de la vergüenza”. En base a los estudios de la “Venus Hotentote” Josiah Clark Nott llegó a la conclusión de que los hotentotes junto con los bosquimanos eran: “… los especimenes más bajos y más bestiales de la humanidad”.
El cuerpo de Baartman fue reclamado en 1994 por el gobierno de Mandela y después de un largo debate que llegó a la Asamblea Nacional de Francia., los restos retornaron a Sudáfrica en 2002 para ser enterrados. La poetisa sudafricana Diana Ferrus le dedicó un poema que, entre otras cosas dice:
He venido a sacarte de esta miseria
a llevarte lejos de los ojos curiosos
del monstruo fabricado por el hombre
que vive en las tinieblas
con sus garras de imperialismo
que diseccionó tu cuerpo parte por parte
que asoció tu alma a la de Satán
y se declaró él mismo el dios absoluto. (Ferrus, 2000)

El caso de la “Venus Hotentote” no fue el único, a lo largo del s. XIX otras personas de distintos tipos raciales, excepto blancos por supuesto, fueron a parar a las vitrinas de los museos de historia natural de Europa y Norteamérica. Por ejemplo en España tuvimos el caso del “Negro de Banyoles” que fue exhibido durante más de un siglo en diferentes museos, hasta que en el 2000 fue trasladado a Botswana donde fue enterrado, no sin antes cierta polémica en el país.
Su origen se remonta a 1825 en que dos hermanos franceses, taxidermistas de profesión, Edouard y Jules Verreaux, realizaron varios viajes al África del Sur para reunir una colección de animales africanos. En uno de estos viajes obtuvieron el cadáver de un africano, robándolo de su tumba cuando días antes había sido enterrado por sus familiares. En una carta escrita por Jules Verreaux el 12 de mayo de 1831 desde Sudáfrica, informa a Cuvier de la llegada a París de una “gran colección de objetos procedentes de esta zona de África”. Y señala: “En la colección ocupa un lugar prominente un bechuana disecado muy bien conservado y que casi me costó la vida, ya que para obtenerlo tuve que exhumarlo de noche en un lugar vigilado por sus parientes”.
Los Verreaux sometieron el cadáver a la taxidermia y lo llevaron a un museo de su propiedad “Maison Verreaux” que tenían en París. Allí fue expuesto en una vitrina, con una lanza en la mano y un escudo en la otra.
A la muerte de los fundadores, la viuda de Edouard vendía buena parte de la colección. Uno de los compradores fue un veterinario catalán llamado Francesc Darder, antiguo director del zoológico de Barcelona. En 1916 fundó su propio museo en Banyoles (Girona) donde el cadáver disecado estuvo expuesto hasta que en 1991 el médico haitiano Alphonse Arcelin se dio cuenta de era un hombre real el que era exhibido como su fuera un objeto o un animal más. Arcelín consiguió el apoyo diplomático de los países africanos, de la propia Organización para la Unidad Africana y del también Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annam. Por fin el “Negro de Banyoles” fue retirado de la vitrina en 1997 y en octubre de 2000 sus restos fueron repatriados a Botswana, concretamente a Gaborone, la capital de este país africano, en medio de una ceremonia donde el ministro de Exteriores local expresó su «indignación» por lo que la Organización de Estados Africanos definió como ejemplo de «ser humano utilizado como atracción turística».

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